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Foto del escritorIan Lukas Gutierrez Velasquez

La música dentro del existencialismo

Actualizado: 26 ene 2023


Teorizar sobre la música nos lleva a cuestionar el lugar que ocupa en nuestra vida cotidiana. De la mejor manera en la que se puede reflexionar sobre este fenómeno es contrastar los análisis que nos presentan autores como Simon Frith y Tia Denora, acompañado de la experiencia empírica. En mi caso, el papel que cumple la música en mi vida es amplio, ya que intercepta varios espacios personales, tanto públicos como privados, y eso me lleva a cuestionar en los lugares o circunstancias en las que estoy expuesto a ella de manera hegemónica, es decir que no necesariamente es de mi decisión escucharla. La radio, por ejemplo, es el principal invasor en mi cotidianidad, y esto se debe a que los espacios públicos que tránsito han sido ambientados con las emisoras, como pasa en el transporte público.

De lunes a viernes viajo de Cota Cundinamarca hacia Bogotá, y en ese trayecto podría afirmar que siempre los buses intermunicipales acompañan el viaje con la radio. Hay tres géneros que principalmente escucho debido a las emisoras: Música popular, Reggaetón y vallenato. En el transcurso de Bogotá a Cota es donde más me expongo al moldeamiento de mi gusto musical, y a pesar de ello, en ocasiones es ameno porque crea un espacio que trata de alejar el ruido: el ruido del motor del bus, el ruido de algunas personas conversando, el ruido de la carretera, etc. Desde mi experiencia personal, el disciplinamiento por medio de la radio es mejor que el ruido “natural” de ese momento, y es debido a que el simple ruido estresa en ocasiones. También me sucede que la música, en estos transportes públicos, suenan tan fuerte que invaden el sonido que elijo cuando escucho música en mi teléfono con audífonos, a tal punto que es una disputa por cuál sonido prevalece en mis oídos, y debo subir el volumen hasta el máximo nivel para que suene exclusivamente mi música.

Otro caso es dentro del marco de mi entretenimiento y ocio: los bares. En este ejemplo hay dos formas de vivir esta experiencia: el primero es cuando la música irrumpe en un momento conversacional y de interacción donde uno busca simplemente poder platicar con los amigos, y la música en este caso puede ser violenta en el sentido de que el bar decide qué suena y con qué nivel de volumen. En esas ocasiones, la música logra desplazarme a otros lugares, configurando un lugar en ameno o incómodo. Otra manera de vivir la música en los bares es ir en un plan totalmente distinto a platicar y querer escuchar música y de vez en cuando compartir una que otra palabra o querer bailar. En este caso, a pesar de no tomar la decisión de qué escuchar, en ocasiones se comparte con esta determinada comunidad el gusto por el género predominante, que no solo ambienta un momento de compartir con las personas, sino que incita a reconfigurar el objetivo del encuentro: en un principio querer solo platicar y escuchar música y convertirse en un momento de celebración y fiesta. Acá vemos como este arte puede tener una relación de poder con las personas, manipulando los estados de ánimo, excluyendo a las personas de ciertos sitios, y promoviendo actividades culturales de un grupo determinado (Frith, 2003).

Otro tipo de experiencias que vivo con la música es la decisión que tomo cuando me acompaña y cuando no. Al vivir en Cota hay momentos donde disfruto la tranquilidad y no escuchar nada, dejar que la mente se invada de pensamientos y de reflexiones o simplemente no hacer nada. Para mí, el silencio de Cota no es suficiente, a pesar de que es un sector rural (en vía de urbanización); por ello, cuando viajo a distintas partes, agradezco y disfruto muchos espacios donde puede que no haya un silencio absoluto, pero hay sonidos orgánicos y naturales. Esto lo he vivido en Iguaque, ubicado en Boyacá, cerca de Villa De Leyva. Este lugar lo conocí gracias a que un gran amigo de mi padre vive de manera ecológica: no tiene servicios públicos como la luz, agua o gas, sino que la finca queda cerca de quebradas donde baja agua totalmente potable, ya que queda cerca de un páramo; la casa la iluminan con velas y cocinan en horno de barro. En este sitio solo se escucha los animales del bosque como insectos y el agua correr cerca de la casa. Aquí concuerdo con lo mencionado por Simon Frith, puesto que el silencio lo concibe como la ausencia de ruidos humanos, electrónicos y artificiales. En estos momentos, la música no es necesaria y esto se debe, en mi opinión, al contraste de vida que se lleva cotidianamente, donde la música cobra un papel fundamental en las urbes para tapar los ruidos y asegurar que no haya momentos sin sonidos. Ciudades como Bogotá, por ejemplo, sin música puede ser en ocasiones temible debido al ruido, como los que emiten distintos medios de transportes, o también fenómenos sociales como la inseguridad, como diría Tia Denora: la música se convierte en un recurso para poder enfrentar esos paisajes y recorridos urbanos de pesadilla (Denora, 1986).

Poco a poco podemos comprender que la música y la experiencia con ella se constituye de diferentes elementos. Acá lo importante es tener en cuenta a Denora (1986) cuando menciona a Saussure, padre de la “lingüística estructural”, el cual nos ayuda hacer una analogía concibiendo la música como un sistema de significados que se desborda, como pasa con la lengua, y en el caso de la música pasa algo similar debido a su contenido semántico. En otras palabras, no solo es relevante analizar la ubicuidad y el carácter hegemónico de la música, también es necesario comprender que la música adquiere significado porque un individuo o grupo determinado adhiere unas normativas que construyen una especie de aura de significado alrededor de esa expresión, por ende, la música tiene un gran componente cultural.

En síntesis, la música no solo tiene un gran poder y una presencia en la cual los sujetos se exponen a ella, sino que los sonidos cobran sentido debido a una construcción cultural y educativa en nuestra existencia. Al estar expuestos desde pequeños, configuramos un gusto por determinados géneros, y a su vez, una repulsión por otros, donde en mi caso, gracias a la transmisión de sonidos como el rock (Led Zeppelin, The Doors, Cream, Queen, entre otros), el Jazz (Buddy Rich, Charlie Parker, Miles Davis), el reggaetón (Feid, Bad Bunny, Ñejo, Tego Calderon), y la salsa (Richie Ray y Bobby Cruz, Harlow, Fania, Eddie Palmieri), en espacios tanto públicos (instituciones educativas) como privados (domésticos como mi casa), produce que para mí no tengan sentidos géneros como el Black metal, Kpop, entre otros. En otro orden de ideas, podríamos afirmar que la música es un fenómeno significante, el cual se contextualiza, que al ser parte del entramado cultural, es un medio de defensa y ataque donde se negocia un espacio compartido. Por medio del sonido se tiene un gran poder, y esto lo podemos comparar con la experiencia compartida por mi parte y lo que nos cuentan los autores con el caso de la radio, formando una voz de la intimidad pública, de un colectivo mediatizado, dando origen al concepto de “gente común y corriente”.

Referencias bibliográficas:

· DeNora, T. (1986). How is Extra-Musical Meaning Possible? Music as a Place and Space for "Work". Sociological Theory. 4(1): 84-94.

· Frith, S. (2003). Music and everyday life. Critical Quaterly. 44 (1):35-48.

· DeNora, T. (2004). Music in Everyday Life. Cambridge University Press.Pp.46-74.


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