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La cultura de la conectividad. La moneda de cambio: la libertad.

Reflexionar sobre la cultura contemporánea nos lleva directamente a ver nuestros espacios interactivos, comunicativos y sociales que hoy en día son fundamentales. Actualmente, hablamos de la presencia creciente de la era digital, donde nuestras actividades se han trasladado a la vida online, y si comparamos las diferentes revoluciones que hemos tenido como sociedad, la conectividad surge como una infraestructura nueva que permea nuestra cultura, y todo esto sucedió en menos de una década. Autores como Van Dijck (2013) mencionan que el internet se construyó sobre cimientos ideológicos y tecnológicos que permitieron la creación e intercambio de contenidos diversos, lo cual según esta definición, lo hace un espacio supremamente hegemónico. Es tan grande el alcance de esta revolución, que hay académicos que mencionan este tipo de artefactos como parte constitutiva de nosotros como seres humanos; argumentan que son extensiones cognitivas donde los objetos y artefactos que intervienen en la construcción de significados, juegan un papel activo en un espacio-tiempo. Y es que como dice Bruno Latour: es imposible entender qué es lo que nos mantiene unidos como sociedad si no tenemos en cuenta en su tejido entidades producidas por la naturaleza y artefactos diseñados por nosotros (Citado en, De los Ángeles Pozas, 2021).

Hoy hablamos de un ecosistema de medios conectivos: tuvimos una transición de una simple comunicación en red, hacia una socialidad moldeada por plataformas, la llamada “cultura de la conectividad”, y es que el atractivo de la web, en sus inicios y actualmente, era bastante llamativo. Este fenómeno digital daba la posibilidad de conectar, construir comunidad y fomentar la democracia de manera mucho más amplia. El problema es que la web comenzó a llamar la atención de empresas distintas áreas donde fueron incorporando los medios, pero esto no fue gratuito. La web comenzó a tener un inmenso alcance, y el interés de las empresas se destacaba fundamentalmente en tener acceso a los datos personales de las personas. Este espacio online se convirtió en una fuente valiosa para las grandes corporaciones, encontrando la manera de codificar la información que contribuía a moldear una forma particular de socialidad online, abriendo el espacio a los mercados electrónicos, alimentando no solo mercados locales, sino globales. Poco a poco la web fue cambiando. A mediados del 2000, las plataformas ya no solamente eran servicios dentro del marco comunicativo, sino que era un ecosistema virtual que se retroalimentaba de la socialidad en red, codificando cada huella digital que dejamos (como acciones simples como búsquedas) en datos que se convierten en posibilidades certeras de mercancía que producen valor (Van Dijck, 2013).

Inicialmente, esa era tecnológica nacía para fomentar la interacción, con el fin de promover una cultura mucho más participativa. No obstante, al darse un cambio donde los medios se transformaron en sistemas automatizados, se comenzó dirigir la web a distintos intereses políticos, económicos y culturales, donde la reputación de estas plataformas se ponía en cuestión. Autores como Byung Chul Han mencionan que inevitablemente los medios diseñan y manipulan conexiones, reduciendo las relaciones entre personas, como sus ideas y demás factores sociales, en simples y precisos algoritmos. Podríamos decir que tanto Jose Van Dijck como Byung Chul Han están de acuerdo en que la tecnología ha convertido las actividades de las personas en fenómenos formales, gestionables y manipulables, permitiendo la sugestión de la web hacia los usuarios, dirigiendo su vida cotidiana virtual. En otras palabras, las entidades que tengan acceso a estos algoritmos, tienen una base de conocimiento detallado de las personas, donde cada sitio web es pensado y desarrollado para crear y conducir necesidades específicas (Chul Han, 2014).

Cuestionar las redes sociales en torno a los análisis de personas como Bruno Latour, Byung Chul Han, Jose Van Dijck, o acudir por ejemplo a fuentes informativas audiovisuales como el documental el dilema de las redes sociales o el precio de lo gratuito, entre otros tantos, nos da fundamento para afirmar que las personas creen tener la libertad dentro de su nuevo mundo social co-presencial, más sin embargo, lo único que sucede es que las personas, ahora llamadas usuarios, terminan escogiendo dentro de las limitadas posibilidades constituidas por la estructura digital y normativa que configura algoritmos, a partir de la interacción de las personas en su vida digital. Lo impresionante de este medio es que recobro cada aspecto fundamental de nuestra vida social e interactiva, donde nuestros roles y espacios sociales, tales como la familia, la política, la cultural, la religión, la información, entre otros, aparecen vivos en estos espacios siendo instrumentos discursivos fundamentales para formar las posibilidades de ser persona en las redes sociales. Ese es el precio que está rigurosamente acordado en los términos y condiciones para entrar en la red, y el precio nada más y nada menos es la transgresión moral, ética, social, política, económica y cultural de nosotros como personas y sociedad. Ahora nuestra esfera pública y privada se funden en la virtualidad compartiendo tanto lo íntimo y personal como nuestra parte social. Es en pocas palabras una socialidad vendible y un recurso cultural. Ahora bien, ¿la solución es no usar más la web? Mi respuesta sería un rotundo no. A pesar de las transformaciones hegemónicas que se han dado dentro de la virtualidad, hay infinidades de posibilidades sociales, informativas, comunicativas y culturales que son de gran ayuda para el desarrollo de nuestras sociedades. Unos pequeños cambios que mencionan en el documental el dilema de las redes sociales y que en mi opinión cambian nuestra relación con la web es por ejemplo no dejar que las mismas plataformas elijan por uno las acciones que se van a tomar, los productos que se van a consumir, es decir, uno mismo buscar y dirigir su presencia en la red; otro cambio fundamental es desactivar todas las notificaciones, ya que muchas de estas solo buscan poder tener conectados a los usuarios la mayor cantidad de tiempo posible dentro de ellas. Entonces, como vemos, se puede aprovechar este mundo virtual que hoy hace parte de nosotros, pero que debemos ser conscientes de los términos y condiciones que son básicamente las reglas del juego social online.



Referencias bibliográficas:

  • Jeff Orlowski. (2020). The Social Dilemma.

  • Dan Kendall. (2020). The Cost of Free.

  • Van Dijck, J. (2016). La cultura de la conectividad: una historia crítica de las redes sociales.

  • Latour, Bruno (2008). Reensamblar lo social.

  • Han, Byung-Chul (2014). En el enjambre.

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